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miércoles, 2 de marzo de 2016

La magia de la ciencia


Hace unos días, en una de las sesiones de la Feria Internacional del Libro de La Habana, presenté “Magia diminuta: Nanociencia y Nanotecnología”, un libro de Luis F. Desdín al cual le había hecho un pequeño prólogo.
El libro se publicó con grandes esfuerzos de la ACC y la Editorial Academia. Como es sabido, muchos libros y en especial los de temática científica, se venden a precios por debajo de su costo de producción. Sin embargo, no siempre existe un presupuesto para subvencionarlos. La Editorial Academia, en particular, funciona bajo conceptos empresariales y publicar un libro que le deje pérdidas debe compensarse con otros que arrojen ganancias.
La escasez de textos de ciencia y divulgación científica, que por más de 20 años es característica de nuestras librerías, contrasta con el torrente bibliográfico que recibíamos básicamente de la URSS en los 80. Recuerdo aquellas colecciones como Kvant, con textos capaces de cautivar a la juventud, motivarlos, despertar en ellos la llama de la ciencia.
El ciudadano común probablemente conoce las palabras tempranas de Fidel acerca de que nuestro futuro está en la ciencia. Muchos, incluso, están convencidos de ello. Pero el pobre acceso que tienen los jóvenes a literatura científica y de divulgación, con datos y explicaciones de descubrimientos y su importancia, hacen peligrar ese futuro soñado.
La internet todavía no es una opción para compensar las escasas publicaciones. El precio de acceso (50 CUP la hora) es demasiado alto si lo comparamos con el salario medio mensual (600 CUP). Los estudiantes de la enseñanza media no tienen aún acceso libre en las escuelas.
La ciencia ejerce sobre las personas, en especial sobre los jóvenes, la fascinación de la magia. Y no es para menos. Hace pocos días conocimos, por ejemplo, que fueron detectadas inequívocas señales de la colisión de dos agujeros negros hace 1500 millones de años. Esto fue predicho por Einstein en 1916: eventos gravitatorios extremos podrían dar lugar a perturbaciones del espacio-tiempo que se propagarían como ondas.
La diferencia entre la ciencia y la magia radica en que la magia esconde la explicación de los trucos. En la ciencia, por el contrario, lo realmente asombroso y lo que causa la mayor satisfacción es comprender, es darse cuenta que entendemos la lógica de la naturaleza.
El brinco de Einstein de ver confirmadas sus ondas gravitacionales hubiera llegado a la luna. De hecho le propuso a varias personas hacer los experimentos, entre ellos el ruso Piotr Kapitsa, un experimentador genial que a la sazón trabajaba en el laboratorio de Rutherford en Inglaterra. Kapitsa se negó, aduciendo que los instrumentos no eran suficientemente precisos. Fueron necesarios 100 años de desarrollo tecnológico para que los instrumentos nos permitieran sentir las ondas.
Pero igual nos emocionamos con descubrimientos pequeños. El gran matemático ruso Nikolai Kolmogorov confesaba que la mayor alegría de su vida había sido demostrar el Teorema de Pitágoras, a2=b2+c2, el cual publicaron en el mural de su escuela siendo apenas un niño.
La magia de la ciencia debe llegar a los jóvenes para que el futuro de nuestro país sea el vislumbrado futuro de ciencia. Más presupuesto para libros, más acceso a internet, más conferencias de científicos, entre otros, son muy necesarias.

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